Fabrizio Lorusso
18/07/2024 - 12:05 am
Trump renacido
De villano corruptor a héroe no-muerto, el tycoon ha renacido: si bien ya contaba con cierta ventaja en las encuestas sobre su contrincante demócrata, el mandatario actual, Joe Biden, ahora la brecha entre ellos debería incrementarse, además de que el atentado ha magnificado la imagen del personaje.
Sábado 13 de julio. Butler, Pensilvania. Donald Trump, expresidente de Estados Unidos y ahora nuevamente candidato a la Casa Blanca por el Partido Republicano, aparece martirizado por un proyectil que le perfora la oreja y ensangrienta su rostro.
Acto seguido, luce reborn con un puño al aire que da la vuelta al mundo, acompañado de la exhalación de la palabra fight, lucha. El francotirador, de apenas 20 años, hiere a una persona y mata a otra, pero por pocos milímetros su disparo no alcanza la cabeza de Trump.
El 11 de julio, un par de días antes del atentado, era la fecha prevista inicialmente para la lectura de la sentencia condenatoria contra el magnate y político por la falsificación de registros comerciales relacionados con pagos a la actriz porno “Stormy” Daniels en 2016. Es la primera vez que un exmandatario estadounidense es condenado penalmente, sin embargo, el tema no ha tenido un gran impacto en las preferencias de los electores, lo que delata fallas sistémicas importantes en materia de democracia, medios, agenda pública, y política y ética en Estados Unidos. La sentencia de todos modos fue pospuesta al 18 de septiembre.
De villano corruptor a héroe no-muerto, el tycoon ha renacido: si bien ya contaba con cierta ventaja en las encuestas sobre su contrincante demócrata, el mandatario actual, Joe Biden, ahora la brecha entre ellos debería incrementarse, además de que el atentado ha magnificado la imagen del personaje. Y esto ocurrió justo antes de la Convención Nacional Republicana en Milwaukee, que arrancó el lunes 15 de julio y lo refrendó como abanderado a la Presidencia.
Su mensaje en el primer día de la Convención fue de “unión del país entero” e, inclusive, “del mundo”. Bastante ecuménico, pero con los asistentes gritando ¡lucha, lucha, lucha! Y circunscribiendo la vena reconciliadora del candidato, tras el fallido intento de magnicidio del sábado.
Por su parte, también Biden parece dedicarse en esta coyuntura menos a descalificar la calidad moral de su adversario, que ahora es víctima y (casi) mártir a los ojos de buena parte de la opinión pública, que a presentar y vender las propuestas electorales demócratas, sobre todo en tema de vivienda. Asimismo, se han alivianado las presiones y semicongelados, temporalmente, los debates sobre la viabilidad de su propia postulación, fuertemente cuestionada dentro y fuera del partido tras el primer debate y las persistentes problemáticas físico-mentales del demócrata.
El motivo de la Convención Republicana se destila en el lema de Make America Wealthy Again, “Haz a Estados Unidos rico otra vez”. Es distinto del de 2016, cuando Trump ganó con la expresión Make America Great Again, o sea, “Haz a Estados Unidos grande (o potente) de nuevo”. Se trata de un cambio interesante, aunque no parezca tan substancial.
Si en 2016 el proyecto, sobre todo su dimensión narrativa, se resumía en términos de potencia, soberanismo y respeto, con propuestas de retirada estratégica de varios escenarios en el exterior y recuperación interna de la industrialización y del “alma” anglo-germánica del Midwest, en este 2024 el énfasis en la riqueza mueve el pivote semántico de la comunicación hacia promesas subyacentes de mayor bienestar y pujanza económica. Al menos para unos cuantos, claro está, ya que no se vislumbran discursos de prosperidad compartida o proyectos redistributivos.
En este sentido, el “Trump renacido” se refiere también a su origen de business man, supuestamente creador de trabajo y riqueza como empresario y megacapitalista, no sólo a su icónica emersión de la muerte el fin de semana pasado, así como a un intento recargado de profundizar políticas proteccionistas, aislacionistas, soberanistas y xenófobas en su eventual segunda administración. La idea es rescatar cierta dimensión más economicista y menos política del rumbo nacional.
Si “hacer a Estados Unidos de nuevo grande” en 2016 significó mucha retórica, promesas y pocos hechos, no hay muchos motivos para creer que en 2024 “hacer a Estados Unidos de nuevo rico” implique un viraje real en el bienestar de las masas y en la política exterior de aquel país.
Particularmente, porque el Estados Unidos de Trump se presenta, identifica y conceptualiza como un core restringido de su población, en razón de recortes y selecciones geográficas, raciales y de clase: la América blanca, de cepa sajona y germánica, gran capitalista y central, o bien, la que cree o aspira serlo.
Usar la imagen de “riqueza” en lugar de “grandeza”, en mi opinión, representa un intento de convencer al electorado de que habrá un movimiento hacia un mayor bienestar, claramente sin explicar que sólo será para unos cuantos. Pero hacia afuera, el mensaje refrenda, igualmente, el reiterado anhelo trumpiano de “retirarse del mundo”, de exigir más a sus aliados y clientes, de salirse de la política de potencia y de la presencia exterior de Estados Unidos, afectados por un creciente “cansancio imperial” y derrotas bélicas secuenciales. Si antes tenía que volver a “ser grande” mediante una retirada parcial y estratégica del exterior, ahora se trata de profundizar el plan, totalmente fracasado, del 2016-2020 para volver a una mítica e indefinida riqueza, a la economía boyante de antaño, a costas de la proyección imperial, que, no obstante, es estructural y difícil de cambiar, a pesar de ser ya “antieconómica”.
Independientemente del énfasis en la grandeza o en la riqueza y de la narración que será elegida por los republicanos (y los demócratas), es un hecho que la primera potencia mundial no puede retirarse de su dimensión exterior e imperial, ya que cualquier esfuerzo en ese sentido es desactivado por el “Estado profundo” y los aparatos del complejo industrial, militar, tecnológico y mediático del país.
Además, es la misma profundidad estratégica e histórica estadounidense, sobre todo después del fin de la Guerra Fría en 1989-91, la que tiende a imponer, hasta contra la voluntad de parte de sus dirigentes y sectores económicos, su preponderancia tecnológica, su control marítimo global, su dominio en redes e infraestructuras digitales, su proyección violenta y superioridad militar, pese a o gracias a los gobiernos de distintos signos y colores que poco pueden hacer para imponer giros radicales al respecto.
Así que no van a cambiar estas líneas y determinantes estratégicas de largo plazo ni el “héroe” martirizado Trump, quien invita a soñar con una riqueza mítica indefinida y lejana, ni el precario Biden, quien auspicia continuidad de visiones y objetivos con cierto enfoque social y sectorial.
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